Fragmentos de espejos, de Gabriela Aguilera

Por Lilian Elphick

Gabriela Aguilera es una de las pocas escritoras chilenas que ha trabajado consecuentemente el género negro y sus variables. Sus últimos tres libros –Asuntos privados, Con pulseras en los tobillos y En la Garganta-, describen situaciones narrativas que nacen y se nutren en la verticalidad de la violencia. En general, no hay procedimientos anti miméticos. La autora se empeña en mostrarnos una realidad que, en estos tiempos, es cotidiana y brutal. La cultura posmoderna, con toda su carga de narcisismo y simulación[1] y que rapiña signos culturales para masificarlos (la estrella roja del comunismo, la imagen del Che Guevara en las gigantografías de una gran tienda, por ejemplo),  exacerba esta realidad “real” para luego enmascararla, fracturarla o, simplemente, invisibilizarla.

Fragmentos de espejos, conjunto de microcuentos dividido en tres partes: Espejos, Fragmentos y Signos Ocultos, también ingresa en esa verticalidad violenta de la que hablaba hace un momento. Vertical, porque en estos textos se nota claramente el estatuto denunciante ante una cultura que no sólo es ombliguista, sino que apoya un sistema patriarcal abusivo, en donde el amor (carnal, filial, etc.) se equilibra en la sobrevivencia, y en donde la narratividad de las pulsiones eros-tanatos va de una esfera superficial a una profunda. Ya lo decía Hemingway: lo más importante nunca se cuenta. En estos Fragmentos, el lector camina por vidrios rotos con los pies desnudos y obtiene, a través de sus propias heridas, la otra herida: el silencio o la historia omitida.

Estos microcuentos no ostentan la categoría paródica, muy usual en este género. Aquí no hay original y una copia deformada[2] al estilo Kill Bill, de Tarantino, que parodia a la violencia misma con imágenes hiperbólicas. Al contrario, en Fragmentos de espejos, lo ficticio –la creación de lenguaje y de mundo- exhibe la huella indeleble de lo real. Ejemplo de esto son los textos que incluyen dedicatorias a mujeres que fueron asesinadas o en las narraciones de carácter más histórico y que evidencian un correlato anti amnésico, como “Cadenas de memoria”, “Estado de sitio” y – con guiño irónico-, “Exilio”.

Fragmentos de espejos supone un abanico de realidades traumáticas: separación, divorcio, venganza, burocracia judicial, desolación ante lo fragmentado y atópico, es decir, sin lugar, y aquí cito a Jean Baudrillard: “Ya nada se refleja realmente, ni en el espejo, ni en el abismo (que sólo es el desdoblamiento al infinito de la conciencia). La lógica de la dispersión viral de las redes ya no es la del valor, ni, por tanto, de la equivalencia. Ya no hay revolución, sino una circunvolución, una involución del valor. A la vez una compulsión centrípeta y una excentricidad de todos los sistemas, una metástasis interna, una auto virulencia febril que les lleva a estallar más allá de sus propios límites, a trascender su propia lógica, no en la pura tautología sino en un incremento de potencia, en una potencialización fantástica donde interpretan su propia pérdida.”[3]

Esta ausencia de lugar, en donde los personajes viven el paroxismo de la soledad, se advierte en los textos “Desolladero”, “Téngase presente”, “Ausencia”, “Rito de pasaje” o “El vidriero”. En “Desolladero”, la pulsión erótica deviene en pulsión caníbal, orgiástica, en el deseo de apoderarse del otro, devorándolo, despellejándolo, con el fin de retenerlo. En el texto “Ausencia”, la nostalgia–el deseo doloroso de regresar[4]-adquiere connotaciones de animalidad mítica: el deseo sexual es Ouroboros, la serpiente que se come a sí misma, el comienzo y el fin del ciclo. “Rito de pasaje” y “El vidriero” tienen que ver con la fragmentación de la imagen reflejada y el dolor que esto conlleva. El primer texto despliega un título irónico porque no hay verdaderamente una iniciación; no existe un acto epifánico, sino una mutilación del propio cuerpo ante “la tristeza nueva que nunca se irá”. La mujer se rasura el pelo, dejando sólo una mecha. Su imagen no podrá traspasar el espejo. En “El vidriero” se generan dos instancias: el desorden (el vidrio) y el orden (el cristal). El personaje, que corta, lima y pule, está solo en su mundo de brillos divididos y caóticos. Su imagen es múltiple y, a la vez, única. En suma, se trata de una imagen monstruosa. Algo similar sucede en “Téngase presente”, cuyo título tiene doble connotación: judicial y testamentaria. La imagen de la mujer convertida en cenizas y su deseo de ser engullida por el amante provoca la paradoja goce-castigo.

En contraposición a los textos ya citados, hay tres de factura netamente erótica y en donde no existe un proceso de degradación en los personajes: “Espejismos”, “Cimas” y “El baño”. En los dos primeros relatos,  el erotismo festivo, sagrado, no degrada, pero si disuelve. Los amantes se funden y son capaces de atravesar el espejo, ir al otro lado, ingresar a una superrealidad. En “El baño” se incluye el auto placer y el juego perverso del acto voyeur. La tensión de este texto se da precisamente en el ojo que mira y en el poder de la mujer desnuda en la bañera.

Fragmentos de espejos es un libro complejo, tanto por la temática expuesta como por la adscripción al género del microcuento. La condensación de la violencia, por tanto, obliga al lector/a a la relectura. Aquí no hay chistes ni soluciones fáciles. El mundo está trastocado en la imposibilidad de ser  y, desde ese no lugar, los personajes ni siquiera acceden al tópico rosa de la familia feliz (niños correteando por un jardín, la alegre mujer rubia de ojos azules en “Rito de pasaje”). Cada texto se come a sí mismo y devora al otro ofrendando signos ocultos de una literatura especular.

Quiero finalizar esta presentación con una cita de Hélène Cixous:

“Las mujeres tienen casi todo por escribir acerca de la feminidad: de su sexualidad, es decir, de la infinita y móvil complejidad de su erotización, las igniciones fulgurantes de esa ínfima-inmensa región de sus cuerpos, no del destino sino de la aventura de esa pulsión, viajes, travesías, recorridos, bruscos y lentos despertares, descubrimientos de una zona antaño tímida y hace poco emergente. Cuando la mujer deje que su cuerpo, de mil y uno hogares de ardor (cuando hayan fracasado los yugos y las censuras) articule la abundancia de significados que lo recorren en todos los sentidos, en ese cuerpo repercutirá, en más de una lengua, la vieja lengua materna de un sólo surco.” [5]

Gracias, Gabriela, por estos microcuentos que instan a la reflexión.

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Presentación del libro Fragmentos de espejo, de Gabriela Aguilera. FILSA, Santiago, 10 de noviembre de 2011.
Fragmentos de espejo, de Gabriela Aguilera
Asterión Ediciones, Santiago, 2011.

Cuatro textos

Desolladero
Envuélveme, susurro, recorriendo a mano las hondonadas, extendiendo pliegues. Corto un sobrante, pespunteo un borde.
Protégeme, musito, raspándote a cuchillo, limpiándote de trazos, dejándote nuevo. Genuino y dúctil.
Entíbiame, suplico, y te suavizo a fuerza de dedos, curtiéndote a punta de caricias.
Te contemplo expuesto por el revés, sin sangre, sin vísceras, sin musculatura. Casi transparente. Tendido en mi cama, pareces dispuesto a lanzarte sobre mí.
Entonces tomo la capa que hice con tu piel y me cubro con ella.

Téngase presente
Seré un montículo de cenizas y desearé quedarme detenida en tus labios, cautiva en tu lengua, prisionera en tu garganta. Querré ser condenada a permanecer en ti, cuando despojada de cuerpo, se levante la brisa y me haga volar hasta tu boca, obligándote a engullirme.

Rito de pasaje
A Carlita
Los mechones de pelo están diseminados en el suelo. El dolor la recorre. Lo recuerda gritándole que no lo busque, que ya no la ama. El sueño de la familia feliz en el que ella sería una alegre mujer rubia rodeada de hijos que correteaban en una casa con jardín, se ha roto con cada una de sus palabras finales.
Duelen los tijeretazos. Toma la máquina de afeitar y la echa a andar, mirándose fijamente en el espejo mientras la acerca a su rostro. Después de unos segundos, mordiéndose los labios, pasa la máquina por su cabeza, dejando sólo una mecha que atraviesa su cráneo.
Se contempla en el espejo y es otra. Sus ojos azules llevan dentro una tristeza nueva que nunca se irá. Un hilillo de sangre resbala de su labio inferior hasta el mentón.
Queda marcado en su cuerpo el abandono que ha tijereteado su vida.

Ausencia
Desperté y te recordé desnudo entre mis sábanas rojas. El deseo, entonces, se volvió una serpiente que anidó entre mis piernas para devorarse a sí misma.


[1]Podemos tomar como la alegoría más adecuada de la simulación el cuento de Borges donde los cartógrafos del Imperio dibujan un mapa que acaba cubriendo exactamente el territorio: pero donde, con el declinar del Imperio, este mapa se vuelve raído y acaba arruinándose, unas pocas tiras aún discernibles en los desiertos - la belleza metafísica de esta abstracción arruinada, dando testimonio del orgullo imperial y pudriéndose como un cadáver, volviendo a la sustancia de la tierra, tal y como un doble que envejece acaba siendo confundido con la cosa real). La fábula habría llegado entonces como un círculo completo a nosotros, y ahora no tiene nada excepto el encanto discreto de un simulacro de segundo orden.

La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: un “hiperreal”. El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.” Simulacro y simulaciones, por Jean Baudrillard.

[2] Enrique Giordano y Roberto Echavarren. Manuel Puig: montaje y alteridad del sujeto. Instituto Profesional del Pacífico. Santiago: Artimpres,1986.

[3] Baudrillard, Jean. La transparencia del mal. Ensayos sobre los fenómenos extremos. Anagrama: Barcelona, 1991.

[4] Palabra creada hacia 1668 por el médico suizo Johannes Hofer.

[5] Cixous, Hélène. La risa de Medusa. Ensayos sobre la escritura. Anthropos: España, 1995.