C'est tout


Esto es todo (C' est tout), Marguerite Duras, 1995. Traducción de Luciano Cescut.

Para Yann.

Nunca se sabe, con antelación,

lo que se escribe.

Piensa en mí. Pronto.


Para Yann, mi amante de la noche.

Firmado: Marguerite, la amante de

este amante adorado, 20 de noviembre

de 1994, París, calle Saint-Benoît.


21 de noviembre, por la tarde, calle

Saint-Benoît.

Y.A.: ¿Qué dirías de ti misma?

M.D.: Duras.

Y.A.: ¿Qué dirías de mí?

M.D.: Indescifrable.


Más tarde, la misma tarde.

A veces estoy vacía durante mucho tiempo.

Soy sin identidad.

Al comienzo, esto da miedo. Y luego esto se pasa

por un movimiento de alegría. Y luego

esto se para.

La felicidad, es decir, muerta un poco.

Un poco ausente del lugar donde hablo.


Más tarde, todavía.

Es cuestión de tiempo.

Haré un libro.

Querría hacerlo, pero no es seguro

que escriba ese libro.

Es aleatorio.


22 de noviembre, por la tarde, calle

Saint-Benoît.

Y.A.: ¿Tienes miedo a la muerte?

M.D.: No sé. No sé responder. Desde que

he llegado al mar ya no sé nada.

Y.A.: ¿Y conmigo?

M.D.: Antes y ahora existe

el amor entre tú y yo. La muerte

y el amor. Será lo que tú

quieras, lo que tú seas.

Y.A.: ¿Cómo te definirías?

M.D.: No existo, como en este

momento: no se qué escribir.

Y.A.: ¿El libro que prefieres

por encima de todo?

M.D.: El dique[1], la infancia.

Y.A.: ¿Irías al paraíso?

M.D.: No. Me da risa.

Y.A.: ¿Por qué?

M.D.: No sé. No creo en él

en absoluto.

Y.A.: Y después de la muerte,

¿qué queda?

M.D.: Nada. Salvo los vivos

que sonríen y recuerdan.

Y.A.: ¿Quién se acordará de ti?

M.D.: Los lectores jóvenes. Los alumnos pequeños.

Y.A.: ¿Qué te preocupa?

M.D.: Escribir. Una ocupación

trágica, es decir, relacionada

con el transcurso de la vida. Estoy dentro

sin esfuerzo.

Más tarde, la misma tarde.

Y.A.: ¿Tienes un título para

el próximo libro?

M.D.: Sí. El libro predestinado a desaparecer.


23 de noviembre en París, tres de la tarde.

Quiero hablar de alguien.

De un hombre que tiene no más

de veinticinco años.

Es un hombre hermoso que

quiere morir antes de ser detectado

por la muerte.

Lo amas.

Más que eso.

La belleza de sus manos,

eso es, sí.

Sus manos que avanzan con

la colina (se ha vuelto distinta,

clara, tan luminosa como la gracia

de un niño).

Te beso.

Te espero como espero

a quien destruirá esta gracia deshecha,

dulce y todavía cálida.

Dada a ti, entera, con todo

mi cuerpo, esta gracia.

Más tarde durante la misma tarde.

He querido decirte

que te amaba.

Gritarlo.

Eso es todo.


Calle Saint-Benoît, domingo 27 de noviembre.

Estar juntos es el amor, la muerte, la

palabra, dormir.

Más tarde, ese domingo.

Y.A.: ¿Qué dirías de ti misma?

M.D.: Ya no sé muy bien quién soy.

Estoy con mi amante.

El nombre, no sé.

No importa.

Estar juntos como

con un amante.

Hubiera querido que esto me sucediera.

Estar junto a un amante.


Silencio, y después.

Y.A.: Escribir, ¿para qué sirve?

M.D.: Es a la vez callar

y hablar. Escribir. A veces esto quiere decir

también cantar.

Y.A.: ¿Bailar?

M.D.: También. Bailar es un

estado del individuo.

Me gustaba mucho bailar.

Y.A.: ¿Por qué?

M.D.: Todavía no lo sé.

Silencio, y después.

Y.A.: ¿Tienes excelentes dotes?

M.D.: Sí. Creo que sí.

Escribir está muy cerca del ritmo de

la palabra.


Lunes 28 de noviembre, tres de la tarde, calle

Saint-Benoît.

Hay que hablar del hombre de El mal

de la muerte[2].

¿Quién es?

¿Cómo ha llegado a tal punto?

Escribir sobre la penuria,

a consecuencia de la penuria humana.


Otro día.

No ha vuelto a aparecer

por el cuarto.

Nunca.

Es inútil esperar su canto, a veces riente,

a veces triste, a veces taciturno.

De un vuelo, se ha vuelto a convertir en

el pájaro

que yo había conocido en los

campos.


Más tarde, ese mismo otro día.

Hacer saber a Yann que no es él quien escribe

las cartas, pero que podrá firmar la última. Esto me causará

vivo placer.

Firmado: Duras.


Más tarde todavía.

El nombre chino de mi amante.

Nunca le he hablado en su

idioma.

Otro día, calle Saint-Benoît.


Para Yann.

Para nada.

El cielo está vacío.

Hace años que amo a este

hombre.

Un hombre que todavía no he

nombrado.

Un hombre al que amo.

Un hombre que me abandonará.

Lo demás, lo que está delante y detrás de mí,

antes y después de mí, todo eso me da igual.

Te amo.

Tú ya no puedes pronunciar el

nombre que llevo y que me han puesto los

padres.

Amantes desconocidos.

Dejemos que acontezca si quieres.

Todavía quedan algunos días

de espera.

Me preguntas espera de qué,

respondo: no sé.

Esperar.

En el devenir del viento.

Quizá te escriba otra vez

mañana.

Se puede vivir de eso.

Llorar y reír después.

Hablo del tiempo que brota de la

tierra.

Ya no tengo aliento.

Es necesario que deje de hablar.

Más tarde.

Actividades diversas que me

tientan alguna que otra vez, por

ejemplo la muerte de este

muchacho. Ya no sé cómo

se llama, cómo llamarlo.

Literalmente su insignificancia es

grande.


Silencio, y después.

Ya no tengo ninguna noción sobre lo

que creía saber o esperar

volver a ver.

Ya está, esto es todo.


Silencio, y después.

El comienzo del fin de este

amor realmente espantoso,

con la nostalgia de cada hora.

Y después ha sobrevenido la hora

que ha seguido,

incomprensiblemente, saliendo del fondo

del tiempo.

Hora horrible.

Soberbia y horrible.

Sólo he logrado no matarme

al ocupar mi pensamiento con la idea de su muerte.

De su muerte y de su vida.

Silencio, y después.

No he expuesto lo vital de

su persona, su alma, sus pies, sus

manos, su risa.

Lo vital para mí es

abandonar su mirada cuando está solo.

Cuando él está en el desorden

del pensamiento.

Es hermoso. Es difícil

de saber.

Si empiezo a hablar de él, ya no me detengo

de hacerlo.

Mi vida es como incierta, más

incierta, sí, que la suya propia

delante de mí.


Silencio, y depués.

Quisiera continuar divagando

como lo hago algunas tardes

de verano, idéntico a aquél.

Ya no le encuentro gusto y

tampoco tengo coraje para hacerlo.


14 de octubre de 1994.

14 de octubre de 1994. En este caso, el título

sólo tiene significado para el autor. Entonces,

el título no quiere decir nada.

El título también espera eso: un título. Un

cimiento.

Estoy al borde de la fecha fatal.

Esa fecha es NINGUNA.

No obstante, la fecha está inscrita

en papel rubio.

Ha sido inscrita por una cabeza

rubia de hombre.

Una cabeza de niño.

En esto creo: creo por

encima de mí lo que ha sido escrito

paralelamente sobre esa cabeza de niño.

Es el LO QUE QUEDA de lo escrito. Es un

sentido de lo escrito.

Es también el olor de un amor

que pasaba por allá, por el niño.

Un amor sin derrotero

que había olfateado la carne de un niño que se

moría por leer lo desconocido del deseo.

El todo se desvanecerá cuando

se borre el texto de la lectura.


15 de octubre.

Estoy en contacto conmigo misma

en una libertad que coincide

conmigo.


Silencio, y después.

Nunca he tenido un modelo.

Desobedecía obedeciendo.

Cuando escribo, estoy en la misma

locura que cuando vivo. Me reúno

con masas de piedras cuando escribo. Las

piedras del Dique.


Sábado 10 de diciembre, tres de la tarde, calle Saint-Benoît.

Por ahí, vas derecho

a la soledad.

Yo, no. Tengo los libros.

Silencio, y después.

Me siento perdida.

Muerte es equivalente.

Es terrorífico.

Ya no me dan ganas de esforzarme.

No pienso en nadie.

Se ha terminado lo que queda.

Tú también.

Estoy sola.

Silencio, y después.

Lo que vives ya no es

la desgracia, es la desesperación.


Silencio, y después.

Y.A.: ¿Quién eres?

M.D.: Duras, eso es todo.

Y.A.: ¿Qué hace Duras?

M.D.: Hace literatura.

Silencio, y después.

Encontrar qué escribir todavía.


París, 25 de diciembre de 1994.

La lluvia de los niños

dio de lleno en el sol.

Con la felicidad.

He ido a ver.

Después ha sido necesario explicarles que

era normal. Desde hace siglos.

Porque lo niños

no entendían,

todavía no podían entender

la inteligencia de los Dioses.

Después ha sido necesario continuar

caminando por el bosque. Y cantar

con los adultos, los perros,

los gatos.


París, 28 de diciembre.

Una carta para mí.

Bastaría con cambiar

o abandonar sin convertirse en algo.

La carta.


31 de diciembre.

Felíz Año Nuevo a Yann Andréa.

Tus cartas breves me aburren.


3 de enero, calle Saint-Benoît.

Yann, todavía estoy allá.

Debo irme.

Ya no sé dónde meterme.

Te escribo como si te

llamara.

Quizá puedas verme.

Sé que esto no servirá de nada

6 de enero.

Yann.

Espero verte al caer la tarde.

Con todo mi corazón.

Con todo mi corazón.


10 de febrero.

Una inteligencia que va hacia sí misma.

Como evadida.

Cuando alguien dice la palabra escritor

a Duras, esto resulta una carga doble.

Soy una escritora salvaje e inesperada.


Más tarde, la misma tarde.

Vanidad de vanidades.

Todo es vanidad y persecución

del viento.

En esas dos frases está cifrada toda la literatura

de la tierra.

Vanidad de vanidades, sí.

Esas dos frases por sí solas

abren el mundo: las cosas,

los vientos, los gritos de los niños, el sol

muerto durante esos gritos.

Que el mundo se precipite a la ruina.

Vanidad de vanidades.

Todo es vanidad y persecución

del viento.


3 de marzo.

Yo soy la persecución del viento.

Silencio, y después.

Hay papeles que debo ordenar

a la sombra de mi inteligencia.

Lo que hago es indeleble.


Sábado 25 de marzo.

Me apena que las décadas huyan. Pero al menos

estoy al otro lado del mundo.

Es tan duro morir.

En un determinado momento de la vida,

las cosas han terminado.

Lo siento así: las cosas han terminado.

Así es.

Silencio, y después.

Te amaré hasta mi muerte.

Intentaré no morir

demasiado pronto.

Esto es todo lo que tengo que hacer.

Silencio, y después.

Yann, ¿no te sientes un poco

el colgante[3] de Duras?


Viernes santo.

Tómame en tus lágrimas, en tus risas,

en tus llantos.


Sábado santo.

En lo que voy a convertirme.

Tengo miedo.

Ven.

Ven conmigo.

Pronto, ven.

Más tarde, la misma tarde.

Vamos a ver el horror, la muerte.

Más tarde todavía.

Ven a mi rostro, conmigo.

Pronto, ven.

Silencio, y después.

Te amo demasiado.

Ya no sé escribir.

El amor demasiado grande entre nosotros,

hasta el horror.


Silencio, y después.

No sé adónde voy.

Tengo miedo.

Emprendamos juntos la ruta.

Ven pronto.

Te enviaré cartas.

Esto es todo.

Escribir da miedo.

Hay cosas como ésa que me asustan.


Domingo 9 de abril. Les Rameaux.

Los dos somos inocentes.

Silencio, y después.

Ahora llevo una vida adocenada.

Pobre.

Me he vuelto pobre.

Voy a escribir un texto nuevo.

Sin hombre. Ya no habrá nada.

Yo soy casi nada.

Ya no veo nada.

Todavía existe el todo, durante mucho tiempo,

antes de la muerte.

Más tarde.

No hay último beso.

Más tarde todavía.

No te preocupes

por la plata.

Esto es todo.

No tengo nada más que decir.

Ni siquiera una palabra.

Nada que decir.

Caminemos cien metros por la ruta.


Ese mismo domingo.

Si existe un Dios santo, eres tú. Crees

en él con firmeza inquebrantable.


Silencio, y después.

Puedo empezar todo de nuevo.

Desde mañana.

En cualquier momento.

Vuelvo a empezar un libro.

Escribo.

¡Hala!, ya está.

Yo, el lenguaje, lo conozco.

Ahí soy hábil.

Silencio, y después.

Pues, di: confirmado Duras,

en todos los lugares del mundo y más allá.


Miércoles 12 de abril, por la tarde, calle

Saint-Benoît.

Ven.

Ven al sol, cualquiera que sea.


13 de abril.

He escrito de toda la vida.

Como una imbécil, he hecho eso.

Tampoco está mal ser así.

Nunca he sido pretenciosa.

Escribir de toda la vida, eso enseña

a escribir. Eso no salva de nada.


Miércoles 15 de abril, 15 horas, calle

Saint-Benoît.

Parece ser que tengo talento.

Ahora ya me he acostumbrado.


Silencio, y después.

Soy una astilla blanca.

Y tú también.

De otro color.


11 de junio.

Eres lo que eres y eso

me encanta.

Silencio, y después.

Ven pronto.

Pronto, dame un poco de tu fuerza.

Entra en mi rostro.


28 de junio.

La palabra amor existe.


3 de julio, 15 horas, Neauphle-le-Château.

Sé muy bien que tienes otras ambiciones.

Sé muy bien que estás triste. Pero eso me

da igual. Que me amas, es lo más importan-

te. Lo demás me da igual. Me importa

un bledo.


Más tarde, la misma tarde.

Me siento aplastada por la existencia.

Eso me da ganas de escribir.

He escrito muchísimo sobre ti cuando

te fuiste (sobre el hombre al que amo).

Estás poseído por el encanto más vivo

que jamás he visto.

Eres el autor de todo.

Todo lo que yo he hecho, habrías podido

Hacerlo tú.

Oigo decir que has renunciado a esta frase,

a aquella otra frase.


Silencio, y después.

¿Escuchas este silencio?

Yo escucho las frases que has dicho en lugar

de las que has escrito.


Silencio, y después.

Todo ha sido escrito por ti, por ese

cuerpo que tienes.

Voy a interrumpir aquí este texto para

abordar uno tuyo, hecho por ti, hecho

en tu lugar.


Silencio, y después.

Entonces, ¿qué será lo que quieres

intentar escribir?

Silencio, y después.

No soporto tu devenir.


4 de julio en Neauphle.

Un miedo súbito a la muerte.

Y después un cansancio inmenso.

Silencio, y después.

Ven.

Tenemos que hablar de nuestro amor.

Vamos a encontrar las palabras para hacerlo.

Quizá no haya palabras.


Silencio, y después.

Amo la vida, incluso como es

allá.

Está bien, he encontrado las palabras.


Más tarde, el mismo día.

En el tiempo que ha de venir no quiero nada.

Sólo hablar de mí todavía, siempre, como un

monótono programa de reivindicaciones. De mí todavía.


Silencio, y después.

Quiero que eso desaparezca o

que Dios me mate.


Silencio y después.

Ven pronto.

Estoy mejor.

El miedo es menos sólido.

Déjame donde estoy con el miedo a la muerte

de mi madre, intacto, entero.

Esto es todo.


Sábado 8 de julio, 14 horas, en Neauphle.

Ya no tengo nada en la cabeza.

Sólo cosas vacías.


Silencio, y después.

Ya está.

Estoy muerta.

Se terminó.


Silencio, y después.

Esta noche comeremos algo fuerte. Un plato chino,

por ejemplo.

Un plato de la China destruida.


10 de julio en Neauphle.

Te vuelves hermoso.

Te miro.

Eres Yann Andréa Steiner.


20 de julio, Neauphle, por la tarde.

Tus besos, creo en ellos

hasta el final de mi vida.

Adiós.

Adiós a nadie. Ni siquiera a ti.

Se terminó.

No hay nada.

Hay que clausurar la página.

Ven ahora.

Hay que ir allí.


Tiempo. Silencio, y después.

Ha sonado la hora de que hagas algo. No puedes

quedarte sin hacer nada. Escribir quizá.


Silencio, y después.

Qué hacer para vivir un poco,

todavía un poco.

Esto es todo.

Ahora es más yo. Es

alguien que ya no conozco.


Silencio, y después.

Ahora puedes abrir tu

corazón. Soy yo quizá. No

estoy perdida para ti.


Silencio, y después.

¿Para aliviar la vida?

Nadie lo sabe. Hay que intentar

vivir. No hay que precipitarse

en la muerte.

Esto es todo.

Es todo lo que tengo que decir.


21 de julio.

Ven.

Nada me gusta.

Iré a tu alrededor.

Ven a mi lado.

Esto es todo.

Quiero estar resguardada de eso.

Ven pronto para instalarme en algún

sitio.


Más tarde, durante la tarde.

No puedo más sostener todo.

No creo que se pueda

nombrar este miedo. Todavía no.

Dame tu boca.

Ven pronto par ir más rápido.

Pronto.

Esto es todo.

Pronto.


Sábado 22 de julio. Lluvia.

Ya no haré nada para

restringir o engrandecer tu vida.

Silencio.

Ven a mi rostro.

Silencio.

Te amaré hasta no

abandonarte.

Silencio.

Eres nadie. Nada. Un cero a la izquierda.


Domingo 23 de julio.

No puedo decidirme a ser nada.

Silencio.

No poder ser como tú,

es una cosa que lamento.

Silencio.

Ven conmigo a la cama grande y

esperaremos.

Nada.

Silencio.

Estoy helada por la locura.

Y.A.: ¿Quieres añadir algo?

M.D.: No sé añadir. Sólo sé crear.

Sólo eso.


Lunes 24 de julio.

Ven a amarme.

Ven.

Ven a este papel blanco.

Conmigo.

Te doy mi piel.

Ven.

Pronto.

Dime adiós.

Esto es todo.

Ya no sé nada de ti.

Me voy con las algas.

Ven conmigo.


31 de julio.

¿Cuál es mi verdad?

Si la conoces, dímela.

Estoy perdida.

Mírame.


1 de agosto, por la tarde.

Creo que se ha terminado. Que mi vida

se ha acabado.

Ya no soy nada.

Me he vuelto completamente espantosa.

Ya no me mantengo junta.

Ven pronto.

Ya no tengo boca, ya no tengo

rostro.


Nota del traductor: He descontentado algunas licencias poéticas del texto original para poder agraciar sus equivalentes en el texto traducido.

[1] Un dique contra el Pacífico (Un barrage contre le Pacifique, Marguerite Duras, 1950, novela, Gallimard).

[2] El mal de la muerte (La maladie de la mort, Marguerite Duras, 1982, relato, Editions de Minuit)

[3] En el original: pendentif, que significa "colgante" (joya que pende o cuelga) y "pechina" (Arq. Cada uno de los cuatro triángulos curvilíneos que forman el anillo de la cúpula con los arcos torales sobre que estriba). Esto es a todas luces un juego de polisemia: Yann es un "adorno"; Yann es un "soporte".

Música: Memories of green/ Vangelis.