Otro imaginario, otra lógica

Por Margarita Pisano

Si bien es cierto que el ecosistema del cuerpo mujer nos informa respecto de la ciclicidad de nuestra vida y de la vida, esta lógica cíclica no ha sido incorporada jamás a la cultura, pues la cultura se encuentra atrapada entre el nacer y el morir, al modo del cuerpo varón. Es precisamente esta diferencia en las experiencias corporales la que produce lógicas distintas. Si agregamos que la feminidad es una construcción ideada desde un cuerpo varón estático, lineal e impositivo y no desde un cuerpo cíclico que es el que nos corresponde, resulta obvio entonces que formemos parte de la ajenidad de la cultura masculinista, contamos con esa extranjería, que produce el estar representadas por otros. Son tan necesarios los lugares donde las mujeres podamos ir construyendo nuestra propia lógica, nuestra propia cultura, nuestra propia simbología, para erigir una cultura en horizontalidad con este otro cuerpo.

Me parece inútil seguir pensando que somos marginales a la cultura, pues la marginalidad siempre ha sido parte del sistema. Para poder crear pensamiento libre hay que situarse desde un lugar externo, ni de borde, ni de margen, sino más bien de fuera para tener una perspectiva de lo que sucede dentro de esta cultura. Contamos con ese desparpajo de no necesitar una conexión con una cultura que no es producto nuestro, en la que no gozamos de ningún privilegio y no admiramos, por el contrario, no la necesitamos para sentirnos libres y parte del mundo.

Los movimientos sociales han sido una de mis principales preocupaciones. Cómo rediseñarlos para sacarlos del espacio de marginalidad y colocarlos en un lugar exterior a la cultura vigente, para que reemplacen el pensamiento y producción cultural masculinista, desde donde se elabore y se ejercite la idea de un nuevo sistema civilizatorio.

Históricamente la humanidad ha buscado lugares desde donde pensarse y elaborar pensamiento, que se han ido jerarquizando y finalmente institucionalizando, para terminar siendo funcionales a las instituciones en su producción de pensamiento.

Sin embargo, ha existido siempre el deseo y la necesidad humana de tener un lugar desde donde pensarse libremente como humanidad y cuando estos espacios se institucionalizan, se rearman otros intentos menos sistematizados. En las universidades históricamente se generaba pensamiento y cultura, pero una vez que comenzaron a institucionalizarse las aulas, también comenzaron a institucionalizarse sus pasillos. Dejaron de ser lugares en que se generaba pensamiento, para ser un negocio de profesionalizaciones y experticidades que deslegitiman todo pensamiento que no surja de ellas. Incluso sistematizan todos los otros pensamientos reduciéndolos a la producción de problemáticas contingentes y debates útiles para el sistema.

La marginalidad ya no sirve como lugar de reflexión, ha sido tomada y vaciada por la globalización del neoliberalismo. Aunque se encuentre al borde del sistema, está impregnada de sus deseos. La crítica al sistema desde la marginalidad siempre va a ser funcional, porque éste no funciona sin una marginalidad reclamadora, ésta constituye las "pilas" del poder.

Las culturas se tejen de acuerdo a sus modos de relación y en interlocución con otros, que buscan la potencialidad de un encuentro posible, desde un conocimiento claro, profundo y honesto de movilidad para no convertirnos en estancos reclamones marginales.

Este lugar móvil, de elaboración de pensamiento y éticas, externo a la cultura, no está apelando en ningún momento al sentido común instalado, sino, por el contrario, su pretensión radica en abandonarlo completamente como diseño cultural, lo que, por un lado, tiene costos cotidianos, de vida y de relaciones, pero que, por otro, trae cambios en la calidad de las relaciones, en la búsqueda de otras potencialidades de libertad que ni siquiera sospechamos. Esta es la aventura de lo humano.

Las mujeres podemos crear, a través de la concepción de un cuerpo cíclico, una lógica abierta, multidireccional, no jerarquizada respecto de la lógica de dominio y, por tanto, no excluyente, sino más bien con un poder que -aunque difícil de imaginar- esté desprovisto de dominio, me refiero al poder de la libertad, la creación, el pensamiento no subordinado. A pesar de que en esta cultura de dominio existen poderes con estas características, su lógica debe ser modificada, ya que es ésta la que los pervierte. Todo no, contiene un sí, como sostiene Camus, y esto alude a la capacidad humana pensante que puede recoger esta información y transformarla en cultura y civilización. El concepto de que la intuición es el único atributo femenil me aterroriza, sobre todo cuando se la alude en política. Este gesto esencialista, como cualquier otro concepto de esa índole, funcionaliza el pensamiento a una idea tan inamovible e inmodificable, que deja de ser idea para transformarse en creencia.

Este mirar como extranjera la civilización y su cultura y compartirlo con otros seres humanos y humanas, nos da las señas para construir una civilización distinta, que no contenga en su núcleo la dinámica y la lógica del dominio que es la misma que provoca y mata nuestras ideas de libertad y que es producto de la pérdida de la conexión con lo cíclico de la vida. Sin esta experiencia de extranjería cultural, nos funcionalizamos siempre al sistema y esto ha pasado no con una, sino con todas las grandes revoluciones que han intentado modificarlo con la misma lógica de dominio y que nos han llevado a las deshumanizaciones ideológicas más extremas.

El fracaso de esta cultura es tan evidente que en sí misma nos está proponiendo un cambio profundo, ya no es la imaginación utópica de libertades e igualdades humanas la que nos empuja con urgencia a un cambio, sino la sobrevivencia de la humanidad, del cuerpo civil ante el cuerpo armado devastador de las macroeconomías, la globalización que no es sino la globalización del mercado, no de la humanidad, ya que más de la mitad de la humanidad queda fuera de la manera más brutal en toda la historia de la masculinidad, queda no sólo fuera de las comunicaciones y del conocimiento, sino fuera del concepto de humanidad.

Estamos a las puertas de perder lo que nos constituye como humanos, la capacidad de pensar, en este juego de creer que pensar es relacionar los conceptos ya instalados y no conectarse con las energías no condicionadas por la cultura vigente. El pensamiento está condicionado al círculo vicioso de pensarse y repensarse dentro de la cultura masculinista, sin ninguna posibilidad de libertad, por ello la libertad es un problema pendiente de la humanidad. El pensamiento está instalado en el corte/conflicto del dominio: hombre/mujer, negro/blanco, pobre/rico, viejo/joven, heterosexual/homosexual, derecha/izquierda, cuerpo estado/cuerpo civil, con sus economías devastadoras, por ende, con sus guerras, hambres, explotaciones, persecuciones y matanzas.

La cultura funciona en espacios marcados por ella misma. Si la cultura es cerrada, marcada y definida tal como lo está la cultura de la masculinidad, es impensable una modificación profunda, por lo tanto, cualquier proyecto de pensamiento que se genere dentro de ella está condenado, igual que cualquier civil de última categoría, a ser arrasado.

Instalarse fuera de la cultura no es posible si nos aferramos a las ideologías producidas por el hombre, al orgullo de pertenecer a una cultura pervertida como sinónimo de humanidad. No es la humanidad la pervertida, sino la cultura la que la pervierte, desde que ella se simboliza en la palabra hombre, invisibilizando a más de la mitad de la humanidad, que no está como la cultura masculinista apegada y orgullosa de sus productos, de sus ciencias y tecnologías, de sus ciudades, catedrales, literaturas y pensadores, que, aunque contengan cuestionamientos, no producen finalmente un pensamiento político y libertario que contribuya al desarme de esta macrocultura.

En: Margarita Pisano