La partícula revoltosa


Por Eve Gil

...Y nomás por no escribir entre esta banda de pendejos yo ya no quiero volver a escribir jamás nada mágico. Han echado a perder toda la posibilidad de novela en América Latina con tanto realismo y tanta magia (...)

Elena Garro


Piromaniaca, suicida, paranoica, adúltera, traidora y espía del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, dicen. En su estilizada figura convergen todas las heroínas que recorren las húmedas baldosas de sus novelas y cuentos: Isabel (la estatua de piedra), Mariana, Verónica, Consuelo, Inés, Úrsula...las que, como Elena Garro son capaces de asistir a una fiesta de gala en bicicleta, encabezar una revuelta indígena en medio de un fastuoso cóctel del Fondo de Cultura Económica (Las siete cabritas, Elena Poniatowska), arrebujada en un precioso abrigo blanco, y escaparse con su amante por la ventana. "Escritora maldita", la nombró Emmanuel Carballo que se dio el lujo de admirarla cuando otros, como Carlos Monsiváis, la vituperaban: “Era todavía más hermosa cuando hablaba”, ha llegado a afirmar. Elena, como la Mariana calzada con zapatos de enferma inglesa de Testimonios sobre Mariana, “era diferente a los demás comensales que hablaban del amor con palabras técnicas”. Francesca Gargallo señala contundente: "Elena Garro, con Los recuerdos del porvenir, que se publica cuatro años antes que Cien años de soledad, inaugura el realismo mágico, lo funda ella y no García Márquez". Patricia Rosas Lopátegui, por su parte, señala: "Elena no entiende esta terminología del "realismo mágico" que inventó el mundo académico, ya que desde su perspectiva, ella no ha hecho más que transcribir lo que ha visto y oído de niña."

Pero a Elena, no obstante haber sido designada por el mismísimo Borges “el Tolstoi mexicano”, se le ha escatimado todo mérito. Haber fundado una corriente literaria, por ejemplo. Como tantas grandes escritoras latinoamericana fue excluida del llamado boom pese a que su primera novela, Los recuerdos del porvenir, está considerada un parte aguas no sólo en la literatura mexicana sino en la de habla española. Se le negó, incluso, la nacionalidad mexicana pese a haber nacido en Puebla, el 11 de diciembre de 1920, debido a que su padre era español. Hasta el último momento, la intelectualidad le cobró el precio de haberse rebelado al rol de "Señora de Paz", rubia muñequita de largas piernas, para ungirse en todo su genio que le valdría ser, después de Sor Juana, la más grande escritora mexicana, aunque habría que ver, objetivamente, hasta qué punto la propia Elena promovió esta persecución. En esto no se parece a la Mariana de su novela cuya sumisión ante Augusto, el esposo intelectual de ambiciones exacerbadas, la hace parecer idiota cuando no narcotizada: “Nunca supe qué mecanismo secreto provocó su catástrofe –dice Vicente, personaje en el que se ha creído leer a Adolfo Bioy Casares, el amante parisino de Elena-. Era algo ajeno a ella, un cuerpo extraño que la empujaba a un abismo inevitable. Lo menos suicida en ella era verme y me atrevo a asegurar que fue lo único saludable que hizo. Digo mal, poco después también se cerró para mí como una puerta sellada.” Murió a los 82 años convertida la beldad en frágil ancianita, más enferma del alma que del cuerpo, rodeada de gatos y atendida por su única hija, Helena Paz, eterna y rubia compañera de persecuciones, miserias y escondites. Su deceso ocurrió en 1998, irónicamente, un par de meses después que el de su ex esposo, Octavio Paz, con el que parecía destinada a conformar la más hermosa pareja para terminar enemigos irreconciliables. La dicotomía siempre presente en la leyenda de esta desastrosa unión entre idénticos. Elena, a quien Patricia se refiere como la partícula revoltosa, fue una niña hiperactiva, mitómana y nerviosa que primero soñó con ser "general mexicano" (así, en masculino) y luego bailarina. Sus padres vivían inmersos en actividades intelectuales, particularmente su madre, que deploraba la cocina y permanecía sumergida en la lectura. Ya entonces, la conducta de Elenita dejaba mucho que desear y entre sus peores travesuras sobresale haber estado a punto de incendiar la casa de una vecina, "Amaba el fuego y un día le prendí fuego a la casa de doña Carolina Cortina", entonces, su padre la envió al internado Sara L. Keen, en la ciudad de México, donde tuvo por amiga a la hija del entonces presidente de la república, el General Elías Calles. Dice Emmanuel Carballo: "(...) Creo que la religión de Elena es la infancia y la mayor influencia en su literatura es ella misma en sus primeros años de vida."

La segunda gran travesura de Elenita fue casarse a escondidas de sus padres, siendo menor de edad, con el más porfiado de sus pretendientes: Octavio Paz, muchacho de ojos azules y pelo chino, estudiante de Derecho que prácticamente la raptó cuando iba camino a la UNAM, donde ella estudiaba Letras. En medio del jaleo todo cuanto preocupaba a Elena era llegar a tiempo a su examen de latín, a lo que él prometió no demorar mucho en el juzgado. Elena nunca se presentó a su examen, de hecho no regresó a la universidad. Su padre lloró ante la evidencia de que su talentosa hija abandonaba los estudios por seguir en su azarosa aventura intelectual a un marido de veintidós años. Ser la Señora de Paz permitió a Elena viajar alrededor del mundo e ingresar a un mundo frívolo que si bien la dejó asqueada le aportó material para Testimonios sobre Mariana. Nos dice Patricia: "Escribir, obsesiva o compulsivamente, sobre la patología de las relaciones humanas se convierte en Elena en el instrumento que le permite sobrevivir en un mundo en el que ella también es una pieza del complejo tejido de los juegos sexuales, políticos y sociales de los artistas, intelectuales y diplomáticos en el siglo XX (...) son un estudio anatómico, al desnudo, de las lacras de la condición humana." En esta novela, Elena metaforiza su accidentada vida conyugal con Octavio Paz que, según constatan los diarios, la humillaba en público y además le era infiel (aunque, insisto, ella no se quedaba atrás). También su reconocido adulterio con Adolfo Bioy Casares, ya entonces estaba casado con Silvina Ocampo (quien también aparece como personaje en Testimonios bajo la identidad de la cínica Sabina), y al que cede la voz narrativa del primer testimonio: la de Vicente. En estos diarios inéditos -que Patricia halló parcialmente destruidos por el orín de gato y se tomó su tiempo para descifrar- Elena confiesa, entre otras cosas, que Bioy fue el gran amor de su vida, que intentó suicidarse junto con su hija, niña entonces, ingiriendo pastillas para dormir y abriendo la llave del gas y que su suegra ahorcó a su gatito, cosa que nunca le perdonó.

Octavio Paz se divorcia de Elena cuando trasciende la aventura de esta con Archibaldo Burns. Según insinúa Elena en sus diarios, no fue la infidelidad lo que enfureció a Paz (él le permitía hacer el amor con otros) sino su imprudencia. Una vez divorciada, Elena termina su relación con Burns y se consagra a la literatura y al periodismo. La odisea para colocar su primera novela, Los recuerdos del porvenir, concluye cuando Paz, que a pesar de todo reconoce la genialidad de su ex mujer ("eres tan inteligente que pareces hombre"), convence a Joaquín Mortiz de publicarla. Por entonces, Elena se fascina con la ideología de Carlos Madrazo y apoya activamente la lucha del líder campesino, Rubén Jaramillo, y la huelga de obreros comandada por Valentín Campa y Demetrio Vallejo. Estas actividades la colocan en la mira como sospechosa de haber incitado el movimiento estudiantil de 1968. Amenazada de muerte, oculta con su hija en una casa de huéspedes, fue exhibida por la prensa como la "soplona" que dio a conocer la lista de unos quinientos intelectuales involucrados en la agitación (Rosario Castellanos entre ellos). Se dice que lo que Elena denunció en realidad fue la tibieza de estos mismos intelectuales que "(...) usaron la bandera de Rubén Jaramillo, pero jamás se ocuparon de él. Yo lo conocí, yo lo traté, ellos no."

Aquí inicia la parte más conocida de la historia: el exilio de Elena y de su hija, su vagancia por París, su doloroso retorno al terruño amado a instancias de su buen amigo René Avilés Fabila; período durante el cual no cesó de escribir obsesivamente sobre su angustia reflejada en personajes como los de Verónica, Bárbara e Inés, mujeres acosadas, perseguidas, cuyos destinos dependen de los caprichos de un ser omnipotente. En sus últimos libros los críticos han creído ver más hambre que arte, particularmente en Mi hermanita Magdalena (Ediciones Castillo, 1998), publicada pocos meses después del deceso de la autora que ya había aprobado su publicación. Esta es, como todas las de Elena, una roman à clef o novela en clave pues como la propia Elena decía, citada por Patricia Rosas en la presentación de la misma, “Creo que todas las novelas son roman à clef o no son novelas.” Aquí es el personaje de la fugitiva Magdalena, raptada por un iracundo pretendiente, Enrique, el que presente rasgos afines con los de la autora. Estructurada como una novela negra, la trama persigue, a través de las hermanas de Magdalena, Rosa y Estefanía, el destino de la joven rebelde que termina tragada por la puerta negra que engulle a las novias.

Ediciones Castillo sacó a la luz Testimonios sobre Elena Garro, cuya autora, Patricia Rosas Lopátegui, profesora de literatura de la Universidad de Nuevo México y agente literaria de la propia Elena, enfrentó la oposición legal de Helena Paz quien la acusó de haber sustraído el material, fotografías y textos inéditos, sin autorización, auque cuatro años después, en 2006, la hija de la escritora se disculpó públicamente y reconoció la magnífica y desinteresada labor de la académica. Dicha obra esclarece los aspectos más oscuros de la vida de Elena como pudiera ser su "traición" contra destacados intelectuales durante la brutal represión del 68 a través de textos periodísticos y otros inéditos de la propia Elena. Testimonios sobre Elena Garro, en concreto, dignifica la imagen de la escritora, aunque exagere casi hasta la hipérbole la “maldad” de Octavio Paz. La ausculta y nos la descifra recurriendo no solo a la experiencia de su trato directo con la autora sino al psicoanálisis. Esta biografía se complementa con El asesinato de Elena Garro (Porrúa, 2006) que sustenta la argumentación del libro anterior con artículos y reportajes de la autoría de la propia Elena publicados en la revista Presente! de Cuernavaca, cuya faceta periodística había sido misteriosamente omitida hasta la fecha. Ella fue, para empezar, la primera en denunciar el asesinato de Rubén Jaramillo junto con su mujer encinta y sus hijos pequeños. Elena misma escondió en casa de su hermana Deva a Jaramillo cuando estaba siendo perseguido por los federales. Era sabido que la rubia escritora sentía, como Rosario Castellanos, gran debilidad por los indígenas a los que defendía y alimentaba. Elena y Deva fueron prácticamente criadas por la servidumbre indígena, de ahí que Elena haya estado tan compenetrada no sólo con la problemática sino también con la cosmovisión indígena que es la que da origen a lo que dieron en nombrar "realismo mágico". Ya en este libro se menciona el nexo de Elena Garro con Lee Harvey Oswald, presunto asesino de Kennedy, de donde seguramente surge el descabellado rumor de que la escritora pasaba información a los altos mandos del gobierno mexicano. Al parecer Elena declaró haber visto a Oswald en la fiesta de un primo suyo. Estaba convencida de que a Kennedy lo habían matado los comunistas (raza que Elena consideraba espuria); incluso se había personado en la Embajada de Cuba para gritarles ¡asesinos! el mismo 22 de noviembre de 1963 y aseguraba en privado que Silvia Durán, prima política suya, era comunista y amante de Oswald. Todo lo anterior se volvió el pretexto ideal para hacerla objeto de una compleja labor de espionaje por parte del FBI, cuyo verdadera inquietud se centraba en la alianza entre la escritora y otro defensor de los derechos de los indígenas: Carlos Madrazo, insólito líder priista con claras tendencias izquierdistas, lector asiduo de Balzac y grandes posibilidades de alcanzar la silla presidencia. El político tabasqueño habría de morir en un sospechoso accidente de aviación en 1969, un año después de que se intentó presentarlo como el principal instigador del Movimiento Estudiantil. La duda, pues, queda en el aire: ¿Mintió Garro para salvar a Madrazo?, es decir, ¿demandó la garantía de protección de su admirado amigo que acusara directamente a los intelectuales de haber incitado a los universitarios? ¿O fue realmente una soplona, por fastidiar a los amigos de su ex esposo? No podemos descartar esta última posibilidad. Su artículo publicado en días previos, el 17 de agosto de 1968, en Revista de México, cuando nadie imaginaba siquiera el horror por desatarse, no pudo ser más claro respecto a lo que se estaba gestando: “¿Quienes son los estudiantes? Los futuros intelectuales. Luego es justo que se lancen a la defensa de los intereses creados por los actuales profesores, periodistas, locutores, pintores, escritores, etc. Y, en efecto, a través del mundo democrático se lanza a los menores de edad al incendio de ciudades y de políticos, posibles contrarios a los intereses creados de los intelectuales en el poder (...) El Complot de los Cobardes, ya que no son los complotistas los que salen a dar las batallas callejeras y a enfrentarse con las policías o con el Ejército en defensa de sus intereses, sino que lanzan a millares de menores de edad a luchar por sus prebendas y posiciones (...)” Elena Garro era, pues, una mujer que sabía demasiado. Destruirla, asesinarla moralmente se volvía imperativo para las clases política e intelectual de nuestro país, y hacer de ella una especie de Judas de su gremio era la solución ideal. El resto de la historia ya la conocemos… el encono de los críticos contra quien fuera la esposa del hombre más poderoso de las letras mexicanas; de la mujer que se le parecía más que a cualquier otro ser en el mundo, y quizá en ello radicó la auténtica tragedia de esta hermosa mujer, en mirarse reflejada en el ser tan odiado y tan amado.

En: La trenza de Sor Juana