Gabriela Mistral: “Dejar caer el rumor de su río”

Por Raquel Olea
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Una vez más un dato de la biografía de Gabriela Mistral levanta polvareda. Ahora se trata de su correspondencia afectiva con Doris Dana. Poco leída, el fisgoneo en su vida privada sobrepasa, con creces, el interés por su escritura. Tratándose de un premio Nobel de Literatura, símbolo nacional, la negativa a leer parte de su identidad como mujer, produce un significado cultural que importa pensar. Quienes toman posición, quienes hablan públicamente, develan los intereses culturales de quienes se adjudican el poder de administrar y corregir el conocimiento público. Los puntos de vista se vuelven pretexto para enunciar y preservar valores, desocultar discriminaciones y develar las formas como se construyen las figuras emblemáticas en nuestro país.
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En este contexto la referencia se transforma en una cuestión cultural que concierne al tejido de signos que habla culturalmente de autoritarismo, y disposición a torcer verdades en virtud de rendimientos parciales.
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Hoy el interés está centrado en la vida amorosa y la práctica del deseo en Gabriela Mistral situado en la interrogante sobre su heterosexualidad o su lesbianismo. Reflexiono acerca de dos puntos que atañen a la relación entre vida y obra y al énfasis que actualmente se le otorga a la opción sexual como invalidación de su figura pública.
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La literatura es una producción de sentido en el lenguaje que elabora estéticamente en el trabajo de quien escribe los distintos materiales que configuran el tejido del texto: su imaginación, su pensamiento, el contexto social-cultural, la trama de lo consciente y lo inconsciente, las fantasías, las lecturas, los deseos, las creencias e ideologías configuran discursos elaborados con distanciamiento crítico. El texto de un/a poeta es todo eso, pero a la vez lo sobrepasa para integrarse en la tradición cultural, como un producto estético de lenguaje. La poesía o la ficción narrativa no es sólo experiencia transpuesta mecánicamente a un texto, pero tampoco es algo extraño a ésta. En los signos de una escritura se leen componentes de la subjetividad de quien escribe. Los signos de la experiencia emergen sigilosos en la escritura: en las imágenes, en los silencios, en las torsiones del lenguaje, en el revés de las palabras. Mistral fue una mujer enteramente inserta e interesada en los acontecimientos de su época, sus ensayos, artículos, cartas, recados, poemas, contienen su subjetividad, su imaginación, su pensamiento.
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Algunos poemas de Desolación hablan de su pasión amorosa dirigida a un sujeto masculino, los poemas sorprenden por su pasión desgarrada, su fuerza, su rencor y sus celos. El erotismo posterior en Mistral se señala imaginariamente como desvío del deseo hacia la escritura. Mistral elige un destino de escritora profesional. En la escritura elabora imágenes y signos que hablan erotismos, encuentros, cuerpos. Su “aventura con la poesía, como ella llamó al poema “La flor del aire” es un ejemplo, “loca de oro” y decorada con “flores de demencia” la poeta se ofrenda a la poesía, en un encuentro femenino-amoroso.
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Su escritura posterior a Tala escribe el deseo de amor y encuentro de la hija por la madre amada y perdida. Apartada del erotismo desgarrado y tanático de sus primeros poemas Mistral construye imágenes plenas de sensualidad en clave femenina.
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Como escritura autobiográfica, en la carta hay una frontera más tenue entre realidad y ficción que en otras textualidades. La presencia de quien escribe y el sujeto que habla en la carta desafían al lector a leer lo que el lenguaje dice, antes que a suponer sobre lo conocido de la vida. Las recién conocidas de Mistral a Dana son elocuentes. Hablan de amor, de cuidado, de deseo, de permanencia juntas en el tiempo. Son cartas de amor. Negarlo es negarle la palabra, la libertad de amar y seguir el curso de su deseo. Es expresar una discriminación barbarizada por quienes eligen una forma no admitida socialmente. El gesto tiene un nombre, se llama homofobia (más específicamente lesbofobia) y habla de una forma de proscripción social por autoritarismo de la heterosexualidad dominante. Importa, en el caso de Mistral, reconocer y aceptar su diferencia sexual, porque esta abre interrogantes a los modos de construir mundos de lenguaje desde una alteridad no dicha por las lecturas que hegemónicamente han pensado su texto sólo desde un sujeto único y universal. Reconocer en Mistral una sujeto de alteridad femenina es enriquecer el pensamiento y la intensidad múltiple de su escritura. En el autoritarismo del consenso bienvenido sea el disenso y la libertad de Mistral.
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