Relatos y utopía amorosa



 Por Patricia Espinosa
.
En Salidas de madre, una antología de cuentos escrita por mujeres aparecida en 1996, leí “Juego de cuatro estaciones”, de Lilian Elphick (1959) y de inmediato tuve la convicción de estar ante uno de los mejores relatos publicados en la década (aunque sin duda ya en La última canción de Maggie Alcázar –1990- destacaba “La elegida”). Los cuentistas chilenos suelen manejar la técnica de una forma bastante abrutada y convencional. Siguen creyendo en un tipo de cuento esférico, generalmente con final sorpresivo y muy pegados a la anécdota. Lo que más me impresionó en la escritura de Lilian Elphick fue el planteamiento de una estrategia narrativa precisa, pero tramada con un devenir discursivo violento, melancólico y, a veces, con pequeñas y adecuadas pizcas de cursilería. Además, la presencia reiterada de la voz de un sujeto mujer como efecto discursivo o producción textual, siempre en proceso. El otro afuera, última publicación de la autora, incluye entre sus quince relatos, “La elegida” y “Juego de cuatro estaciones”; este último, un relato tremendamente triste en torno a una extraña relación amorosa entre dos hermanas. La mayor crea, en un acto enloquecido y a la vez estético, un enamorado ficticio, “el ferviente enamorado”, para su hermana menor, que se transtorna por aquella pasión que se alimenta mediante cartas. En “La pieza vacía”, “One way ticket” o en “Líbrame de todo mal”, nuevamente encontramos a personajes enloquecidos y desesperados. Elphick insiste en los locos como figuras pertinentes para deconstruir la relación entre racionalidad/pasividad. Enfermos de amor y de soledad; solo desde el desequilibrio de la razón, será posible exponer la necesidad, extremar el narciso y abrirse a la satisfacción transitoria que siempre traerá adosada la perversión.
Slavoj Zizek, el filósofo esloveno, señala que en esta sociedad posmoderna los seres humanos intentan evitar todo daño a la hora de la seducción, convirtiendo al escarceo amoroso en una suerte de cumplimiento de reglas innombradas pero absolutamente rígidas y, por lo tanto, también perversas. Advierte que estas nuevas formas de seducción estarían directamente vinculadas con lo que Anthony Giddens y Ulricke Beck han denominado la “modernidad reflexiva” para caracterizar a nuestra época; es decir, la creencia de que elegimos todo el tiempo y, por lo tanto, estamos subsumidos en una sociedad de riesgo permanente, puesto que nuestras elecciones pueden ser asimismo fallidas. Concuerdo con Zizek, en que la seducción se rige por normativas estereotipadas y perversas; pero no estoy con él cuando señala que la seducción está liberada del daño. Daño para mí (el que seduce) y para ese otro (el seducido). El riesgo y el daño son parte del juego de apostar por la utopía amorosa, unidad perfecta y viciada a la vez, en eterno conflicto ante la duración y lo efímero devenido de lo cotidiano.
Desde Houllebecque a Foster Wallace: por increíble que parezca, la utopía del amor es actualmente uno de los grandes temas de la narrativa postmoderna; sin embargo, la relación amorosa ya no es idílica ni tendiente al futuro. Por el contrario, hay siempre una tensión hacia la ruptura. Los relatos de Elphick nos enfrentan a esta nueva manera de reinstalar la utopía del amor como apertura y replegamiento, grieta, soledad y no future. Únicamente el inquietante travestimiento del deseo amoroso, enmascarando sus síntomas por medio de rituales de pasión subsumidos en la melancolía, deseo que se niega a ser colmado y que no duda en mostrarse como falta.
Lilian Elphick es una autora con nula presencia mediática. No sé si será una pérdida, pero sí sé que con este libro se ha instalado definitivamente como una de las mejores cuentistas nacionales y que los críticos y periodistas culturales debieran darse cuenta que aún es posible conjugar bajo perfil y calidad literaria.
***
En Revista Rocinante Nº 63.