Por Ángela Hernández Núñez
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"Cada quien vive según la idea que de su propia libertad ha conseguido formarse, y Dios sabe que esta idea es, muy generalmente, apocada".
André Breton
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Un tramo gigante
Hay en la historia humana largos períodos que transcurren en lentitud y sin mayores mutaciones. Existen otros que registran saltos. El siglo XX es el tiempo del vértigo, la apertura, la reconciliación interior, la amenaza, el chance de renacimiento, la incertidumbre, la linealidad, la explosión de la inteligencia, el constreñimiento... Florece en él la solidaridad y también el individualismo burgués. La historia se despliega, dejando ver en sus zonas ocultas una miríada de hechos significativos; al mismo tiempo, la historia se clausura... Es el siglo del etcétera por excelencia. Tiempo en que la imaginación fácilmente se disuelve procurando un norte.
Protagonista singular de este período ha sido la mujer, de todas las clases, etnias, religiones y países.
De Salomé Ureña a Julia Álvarez, un vistazo a dos personalidades, a dos expresiones, a dos contextos nítidamente diferenciados, nos daría una idea de lo que ha variado la mujer y su expresividad en nuestra región. Estoy segura de que en cada país podría hacerse lo mismo: contemplar el panorama de un siglo a través de las mujeres que crean en sus extremos.
Pasamos de una titánica labor de excepcionales mujeres a un movimiento social que copa todos los linderos; de la lucha por el voto y acceso a la educación intermedia y superior a una interpelación a la idea de desarrollo, progreso, democracia y ciudadanía; de un sufrir la cruz del matrimonio hasta la muerte a una propuesta de lazos afectivos fundados en un nuevo pacto de amistad entre mujeres y hombres; de un esfuerzo de visualizar el aporte femenino a través de su rol de madre a la revisión de los roles femeninos y masculinos en los ámbitos culturales, científicos, reproductivos y productivos, planteando una riqueza de oportunidades afectivas e intelectuales para mujeres y hombres.
Sin embargo, a pesar de todos los cambios, podemos detectar constantes en las escritoras de ambos extremos: especial sensibilidad ante las injusticias, creatividad generosa, humanismo presidiendo las íntimas escogencias estéticas.
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Ha llegado el momento de vuestra gracia. Espero justicia1
Empiezo con estas frases de Bretón, de su Carta a las videntes (1929), pues desde la primera vez que la leí me pareció producto de un arranque de lúcido equilibrio en el que pudo captar el paisaje futuro y comunicarse con lo inviolable del espíritu de las mujeres, cuya expresión, más que en tinta y formas tangibles, se diseminó como un boreal misterioso tejido, latente en la cotidianidad y que a veces se expresó de modo claro, en conjunción lo diferido y el vislumbre de lo porvenir.
¿Quiénes son las videntes? ¿Son las inspiradoras de los poetas o son aquellas que poseen destello propio? ¿Son las Musas o las Furias? Al hablar del paulatino redescubrimiento de las mujeres, nos vemos tentadas a aislar su producción en coordenadas genéricas femeninas; olvidando que la cultura, a pesar de su sello androcéntrico, no ha sido hecha exclusivamente por los hombres (ni tampoco principalmente). Es acaso la reacción natural ante la sistemática lectura/desciframiento de la obra femenina bajo el amparo de los cánones estéticos y morales que se presumen universalistas pero entrañan posiciones de poder que menguan u oscurecen cuanto derive de la mujer, estando presentes en los conocimientos elegidos para regir, en códigos y significaciones, en leyes y sistemas de prohibiciones y consentimiento.
La reflexión que voy a compartir no persigue presentar a las creadoras en un mundo aparte, y una tradición literaria privada (de hecho, las mujeres insisten en todos los tiempos en una actitud holística y comprensiva, que ha sido soslayada o tomada como muestra de debilidad). Al respecto, me adscribo a las siguientes ideas de Myrian Díaz-Diocaretz: "La creación mediante el lenguaje no es estática, está siempre en movimiento, en movimiento hacia un significado posible en el futuro" (...). "En este dinamismo interno, los conflictos, las contradicciones y la lucha por el signo interactúan...". La función escritural —dice, citando a B. Johnson— es "infinitamente plural, y abierta al libre juego de significaciones y de diferencia, inabarcable mediante consideraciones de representación, y transgresora de cualquier intento de un significado decidible, unificado y totalizado".2
Es esto precisamente lo que ha permitido contactar un bagaje nuevo al releer las obras de mujeres de otros tiempos con una óptica ampliada por el redescubrimiento de la inteligencia femenina.
La misma teórica citada asume que la escritura de las mujeres no puede ser estudiada a fondo sin tomar "en cuenta su relación directa con la realidad histórica que prescribe las funciones del rol femenino y con las prácticas discursivas de los ámbitos culturales dominantes".3
Sobre la obra producida por mujeres ha pendido como espada de Damocles la valoración moral; y sólo cuando se ha producido rebeldía en torno a la moral sexual, subyugante de la siquis femenina, la creación ha podido librarse de una camisa de fuerza, diseñada en censura y autoimpugnación.
Creo que este problema no sólo se presenta en la manera de acercamiento a la obra, sino en la escritura y en la misma escritora (y poeta). Apremiada escucharse y manifestarse, a drenar la inconformidad por su falta de libertad, escudriña en el lenguaje subyacente a las lenguas, transmitiendo desnudamente lo que su identidad y experiencia le dictan. Urgida a indagar en lo oscuro de su conciencia y en la penumbra histórica en que navega el sujeto mujer, visto desde el presente, sabe que debe con claridad y a la vez emplear diestramente el lenguaje.
Podría afirmarse que este conflicto, e instantáneas crispaciones, han socavado calladamente a muchas creadoras y, cuando ha logrado solución, nos ha legado demiurgas cuyas obras presentan por primera vez, de modo continuo, al mundo desde el imaginario y cosmovisión de la mujer, al sujeto mujer desde su intrincada causalidad y al sujeto hombre percibido por "su otro —otra—"; encontrándose éste con el lance de contemplarse en un espejo, acaso desconcertante, rebosado de sugerentes desafíos.
Las escritoras abren una mirada inédita, importante no porque suma un ángulo de observación y entendimiento, sino, sobre todo, porque compele a cruciales reconsideraciones sobre la violencia, el erotismo, la convivencia cotidiana, la confianza entre los sexos y el sentido de lo trascendente.
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Vosotras, únicas tributarias y únicas protectoras del secreto. Me refiero al gran secreto, al inocultable
Quiero, en lo posible, explorar con algunas escritoras sus verdades, aquellas entrevistas en sus textos; otear sus intuiciones fundacionales.
Afirma Octavio Paz que "los cambios en la sensibilidad colectiva que hemos vivido en el siglo XX obedecen a un ritmo pendular, a un vaivén entre Eros y Thanatos", arquetipos del amor y de la muerte. Agrega que cuando esos cambios de la sensibilidad y el sentimiento coinciden con otros en el dominio del pensamiento y el arte, brotan nuevas concepciones del amor.4
En esta centuria, marcada, entre otros acontecimientos, por el recorrido sinuoso y la prolongada batalla de las mujeres hacia la libertad, éstas han ido explorando y generando una propuesta nueva sobre el amor y una/muchas percepciones estéticas que nacen de sus tanteos inspirados y de sus audaces y disciplinados esfuerzos. De alguna manera, se le da un tajo a todo el pensamiento y saber occidental. Nadie negaría que una mirada de género a la historia, a la literatura, a la biología incluso, han mostrado otras formas de saber, otras regiones y tiempo y circunstancias que esperan ser reinterpretados.
Nadie podría negar que el feminismo atacó las tiranías patriarcalistas, la noción de la historia como camino de violencias, la noción de progreso como acumulación, la idea de Dios como castigo, las verdades absolutas y las justificaciones teóricas/ideológicas paridoras de infamias.
Sea que lo acepte o trate de ignorarlo, indudable es que la poeta y escritora entra en profundo conflicto con la imagen clásica de la mujer, pues en esta imagen es despojada de su preciosa e intrínseca complejidad. Su oficio y sus certezas son contrarios a cualquier hipocresía, so pena de automutilación. En estos territorios las concesiones resultan caras.
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Si las menos difíciles entre vosotras tuvieran derecho de imponernos su superioridad, nosotros la consideraríamos como la única superioridad indiscutible
Muchas veces me he inquietado por los destinos de poetas que parecen haberse autosacrificado, pareciéndome que ha sido el precio por socavar el signo de la culpa tatuado en las memorias de las mujeres. Estas poetas poseían una intuitiva convicción de sobrevivencia en no más que a través de la palabra envivecida. Altagracia Saviñón, Delmira Agustini, Alejandra Pizarnik, Julia de Burgos, Alfonsina Storni... algunas de las más celebradas.
Me he llegado a preguntar, ¿tendremos que matarnos para ser respetadas, para ser perdonadas por nuestro "libre jugar en el conocimiento"? ¿Será preciso elegir entre la vida y la creación? ¿Será la reedición de aquella frase emblemática: "amor o muerte"? Entendiendo que el verbo amar abarca la pasión por el conocimiento y el fuego de la invención.
Debo confesar que en ocasiones he tenido una suerte de vislumbre: las escritoras no hemos sido suficientemente "malas" hasta bien entrado el siglo. Faltado el diablillo humorístico que rompe puertas cuando éstas se niegan a abrirse. Debido a esto, en adición a los prejuicios masculinos, cuando en los escenarios culturales se mencionaba la escritura de las mujeres o se abordaba lo que de particular exhibía la obra femenina, los escritores entendían que alguien estaba solicitando su magnanimidad al juzgar las autoras.
Podríamos aventurar la conjetura de que la escritora a partir de los 60's se encuentra, no con menos crispaciones, más familiarizada con el bosque sin linderos de su propia imagen. Lo razona, se aproxima a la comprensión, hace distancia para traducirse, dispuesta a vivir hasta las últimas consecuencias. Entonces hallamos unas voces sin censura, un mundo ni simple, ni transparente; vital. Su sueño sigue calentado por la concepción del amor, una concepción germinativa, a punto de la temeridad. Esta escritora que al decirse está diciendo a las mujeres de su época y que se extraña y también se reconoce en sus personajes, trabaja en salvarnos de inútiles sentimentalismos o declaraciones de victimización. Ella es fuego en todos los fuegos, pero asimismo no cierra sus ojos ante los vínculos que se corrompen y los finales pesadillescos en que concluyen muchas historias de prometedores comienzos.
La escritora reescribe la cotidianidad en la literatura universal y, asimismo, ejercita sus dotes para la exploración épica, política e histórica. Tal vez ha sido ella quien ha puesto de moda finales menos infelices. A esto no se le puede llamar superficialidad, sino reserva de fe.
En el discurrir de este siglo no sobraría establecer los nexos entre un decir de las mujeres, que se eleva en la acústica social (boom femenino tal vez podría llamársele a los éxitos de mercado de las mujeres —en Argentina, entre el 20 y el 50% de los títulos publicados el último año por las principales casas editoriales correspondió a escritoras).5 En todos los países de la región, publicadas o no, se multiplican las autores como en ningún otro tiempo conocido— y el afianzamiento de una conciencia femenina con mucho de sagaz definición; la cual se expresó en las primeras décadas del siglo como demanda de derechos civiles y acceso a educación; tomando a partir de los 60's un giro rotundo hacia la recuperación de la sexualidad, el control sobre el propio cuerpo y el ejercicio cabal de todos los derechos de ciudadanía; abarcando de modo privilegiado la siquis y las representaciones simbólicas.
La mujer de este siglo anda por mil territorios distintos, se enfrenta al estigma de la competencia y separatividad respecto a las otras mujeres, se acerca al hombre con un bagaje provocante, se acerca al hombre con tanta fuerza como si no albergara temores, y el hombre se relaciona con esta "supermujer" con cierto recelo, que va desde la sobrestimación de sus fuerzas hasta la fuga. La mujer quisiera aproximarse con todo su florecimiento. Quisiera ser amada con el paraíso y el infierno, con lo firme y volátil, con lo viejo y con lo nuevo que indefectiblemente contiene.
Esta mujer puede ser una obrera o una académica, una activista o una monja, se desplaza imprimiendo el asombro a sus propios pasos, asombro que pervive a los propios pasos. Esta mujer siglo XX padece y goza la mudanza en su relación con el conocimiento, con los saberes, la historia, la política, el Estado y el hogar, y sobre todo, con ella misma. La mujer en este siglo descubre la eternidad que la habita.
Aunque no esté claro para muchas y muchos —o la conveniencia les aconseje oscurecerlo— hay una intrínseca correspondencia entre esa subjetividad transgresora y caleidoscópica que van haciendo notable las escritoras, poetas y artistas, pluralizando nutritivamente las perspectivas culturales, y el movimiento social —feminista— que ha tenido como escenario esta época, en particular el que se despliega en todo el mundo con variadas facetas a partir de los 60's.
Esas guerrilleras que quemaron naves, haciéndose blanco de puntapiés retóricos y gritos de escarnio, fueron el extremo de la lanza, la materia de choque, las que brincaron al vacío y encajaron la tara de "anormales" o "desnaturalizadas", para que la humanidad y las otras tuvieran el chance de tener ojos para ver una historia, cuya médula es la violencia sexual; para que la humanidad y las demás mujeres tuvieran un poco mas de luz sensible destinada a acunar sentimientos propicios.
Ellas son las que hallaron el cáliz y auscultaron los libros apócrifos. Tienen muchos nombres. Infunden a menudo desasosiego: nos desagrada identificar las trabas que nos apuntillan.
Me ha perseguido la idea de que todas las escritoras han sido y son feministas en este siglo, si parto de que el feminismo es un movimiento hacia la libertad y por el poder de realización. Incluso son feministas aquellas que lo niegan sin que se les pregunte. En el mutismo, en la producción, en la solitaria cavilación, la escritora entabla un diálogo consigo misma, no se ha propuesto expresarse a través de un prólogo fortuito o en las inflexiones afortunadas de una traducción, ni esconderse en seudónimo masculino, ni producir mediante la influencia sobre un camarada. Quiere, y busca medios, para manifestarse.
El conflicto entre demandas interiores y represiones externas no cesará en todo el siglo. No son pocas las que desearían eludir los sentires y temas a que da lugar, pues siempre contienen algo punzantemente agrio. Pero no se esfuman, sólo se disfrazan. Los motivos están en que los causantes de este conflicto persisten plásticamente en la cultura; se hallan en el imaginario y en las proyecciones. "La palabra no olvida de dónde vino", dice Myrian Díaz-Diocaretz.
Haciendo acopio de Sartre podríamos sentir que en la escritura de mujeres se advierte que, efectivamente, la mujer está condenada a la libertad, por el carácter paradojal de su expresión. Procurar libertad es signo inexorable del alma, más urgente cuando se está constatando de manera cabal su carencia. Libertad es apertura visceral, sentido de unificación. Su búsqueda, empero, se expía solitariamente. Es así como de modo recurrente la han experimentado las mujeres y la han plasmado las poetas y escritoras. Abominar las convenciones paralizantes significa quedarse sin palabras familiares, expulsadas a un suelo desconocido.
La paradoja se resuelve en la apertura del acto creativo, que recoge los convulsiones, las tinieblas, lo claroscuro, y las súbitas direcciones, encrucijadas y planteamientos donde las miradas se dilatan y solazan... a través del hallazgo sorpresivo, del humor, de la ironía, del furor, de la compasión, y de la frescura de reírse de sí misma y de los enigmas.
A pesar del continuo y sostenido avance de las creadoras, las principales corrientes y movimientos estéticos/literarios poco las nombran (surrealismo, los distintos vanguardismos... ultraísmo, realismo mágico, "lo real maravilloso", etc.) o cuando descuellan parecería que plagian estilos. Caso Isabel Allende/Gabriel García Márquez. No deja de impresionarme que escritoras como Clarice Lispector (Brasil), Lidia Cabrera (Cuba, 1900), Rosario Castellanos (Méjico), Luisa Mercedes Levinson (Argentina, 1914-1987), por mencionar algunas, no sean vistas en quehacer de vanguardias culturales.
Por otro lado, me digo que las escritoras, ocupadas en "respirar", en "nacer" y compaginarse en polémica identidad, se han despreocupado en competir por quebrantamientos de formas. Ellas bregan con otra ruptura; la de una tradición gravosa que ha apozado en la siquis mandatos tenaces acerca de la manera de vivir la afectividad y encarar lo doméstico.
Sin embargo, la manifestación de este hecho deviene en tanteos de formas y significantes que puedan contener los horizontes de las nuevas sensibilidades a que van dando lugar.
Comenzando el siglo, Delmira Agustini (Montevideo 1887-1914) escribía:
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¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
(Lo inefable, fragmento).
Así tendida soy un surco ardiente,
Donde puede nutrirse la simiente,
De otra estirpe, sublimemente loca.
(Otra Estirpe, fragmento)
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En los versos de la Agustini puedo sentir los muros y los intentos de saltos. "No encuentra su lugar en el mundo público masculino, ni en el privado femenino. Crea pues un mundo otro, el del ensueño, para poder liberar 'lo que lleva dentro', lo que al parecer nadie podía sospechar", dice de ella María del Mar Campos Fernández. "Tiene algo de hija espiritual de Nietzsche. El ideal de superación del hombre, el superhombre, pero depurado de su crueldad satánica", interpreta Zum Felde.6
Nuestra Aída Cartagena Portalatín no mencionó jamás —hasta donde conozco— las luchas, subjetividad o cambios en las mujeres. Incluso, en conversaciones con ella, creí captar que abrigaba cierta antipatía hacia el feminismo. No obstante, en la década del cuarenta, escribió:
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Una mujer está sola. Sujetando con sueños
Sus sueños,
Los sueños que le restan y todo el cielo de Antillas.
Seria y callada frente al mundo que es una
Piedra humana,
Móvil, a la deriva, perdida en el sentido
De la palabra propia, de su palabra inútil
(Fragmento).
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Por su pálpito y el planteamiento, "Una mujer está sola" es considerado por algunas personas como un manifiesto feminista.
Rosario Castellanos (México 1925-1974) expresa un impulso en la conciencia de la mujer latinoamericana. Su escritura trasluce una calma desesperante. Nada oculta ni disfraza, ni adorna. No hay medias tintas ni concesiones. El buen gusto, la ironía, un inevitable fatalismo, cubren su visión amorosa y solitaria. El feminismo que prendió en la región en los setenta (cimentada en una perceptividad abarcadora) tiene mucho de su espíritu y carácter.
Leo los siguientes versos de 1950 y me regresa una impresión que antes he tenido: parecería que todas las escritoras coetáneas se encuentran sincronizadas en una misma impresión, luz casi opresiva. Que Aída Cartagena pudo haber dicho: matamos lo que amamos, / lo demás no ha estado vivo nunca (de Rosario Castellanos). Y Rosario Castellanos pudo haber expresado: no quiero congraciarme con extraños (de Aída Cartagena). Son poetas distintas, distintas, sin embargo nos hablan de muros, de apartamiento y de hallazgos armónicos. Su arte poética es enunciada con el cuerpo.
Estoy sola: rodeada de paredes
Y puertas clausuradas;
Sola para partir el pan sobre la mesa,
Sola en la hora de encender las lámparas,
Sola para decir la oración de la noche
Y para recibir la visita del diablo.
Expresa Rosario Castellanos en "Dos poemas". Y en "Entrevista de prensa" nos permite captar el poder de subversión descubierto en la palabra.
...Pero, señor, es obvio. Porque alguien
(cuando yo era pequeña)
dijo que gente como yo no existe.
Porque su cuerpo no proyecta sombra,
Porque no arroja peso en la balanza,
Porque su nombre es de los que se olvidan.
Y entonces... Pero no, no es tan sencillo.
(...)
Y luego, ya madura, descubrí
Que la palabra tiene una virtud:
Si es exacta es letal
Como lo es un guante envenenado.
Es este tipo de autora la que va a influir la sensibilidad de la segunda mitad de este siglo, representa una cosecha revolucionaria, y a la vez una acuciosa incitación.
Alejandra Pizarnik (Buenos Aires 1936-1972), en su poema "El deseo de la palabra" parece interpretar el signo hierático de las mujeres que llevan "corazón de poeta". El entusiasmo de existir, agobiado sin pausa por la supremacía de las imposibilidades.
Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la aurora salmodiaba: Si no vino es porque no vino. / Pregunto, ¿A quién?
Dice que pregunta, quiere saber quién pregunta. Tú ya no hablas con / nadie. Extranjera a muerte está muriéndose. Otro es el / lenguaje de los agonizantes.
He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento
Respirar adentro de las paredes). Imposible narrar mi día, mi vía. Pero contempla / absolutamente sola la desnudez de estos muros. Ninguna flor / crece ni crecerá del milagro. A pan y agua toda la vida.
En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamas oída. ¿Y qué? Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de
Cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.
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En la víspera de la feliz catástrofe, la gente invadirá vuestras mansiones. No os abandonéis; os reconoceremos entre la turba, gracias a vuestras cabelleras al viento
Luce interesante conocer lo que piensan las escritoras sobre la literatura y sobre su quehacer. Es innegable que una de las cosechas más interesante de este siglo es el pensamiento crítico de mujeres, sea académicas o escritoras, sobre la producción femenina. Textos como "Juicios sumarios" (1966) y "Mujer que sabe latín" (Rosario Castellanos) —parafrasea el dicho "mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin", el cual de paso nos recuerda una frase en boga en los años cuarenta en RD y que Abigaíl Mejía riposta: "Ese fenómeno que es una mujer escritora no necesita marido"—, revuelven nichos culturales.
En "El Coloquio de las perras" (1990) Rosario Ferré plantea: "Los parámetros ejercidos por la crítica hasta el presente no han concordado con los criterios femeninos, y existe un rechazo de nuestra escritura porque presenta una visión de mundo totalmente distinta de la del hombre". Y más adelante: "Los perros escritores, por otro lado, han dominado siempre el panorama crítico latinoamericano, y no ha sido hasta el presente que ha surgido en nuestros países un cuerpo de perras críticas que se destaque por la excelencia del oficio".7
Marcela Serrano (Chile, 1951) declara:
"Cada vez que hablo de escritores hombres éstos lo niegan, pero yo creo firmemente que hay una literatura de mujeres, de la misma manera que hay un lenguaje propio nuestro, apelativo, basado en lo concreto frente al poder de la abstracción mayoritariamente masculino".8
Gioconda Belli (Nicaragua), en entrevista aparecida en el semanario Brecha de Montevideo, plantea que "Todavía podemos hablar de las escritoras como exploradoras y que —al contrario del hombre, que ve la sociedad con ciertos valores inamovibles— todavía se está replanteando cuáles son los parámetros". En otra parte de la misma expone: "Mi literatura no es femenina, es una literatura donde la mujer es protagonista. Nadie diría que Hemingway escribe una literatura masculina. Mi literatura es la visión del mundo desde la perspectiva de la mujer. La discusión sobre los asuntos de género no nos compete a los escritores de literatura, para eso están los ensayos y todo eso. Lo que hacemos es cambiar el papel de la mujer. Es la mujer actuando".
A pesar del sentido de identificación con los cambios de roles de la mujer, me parece vislumbrar en esta declaración un asomo de querer diferenciarse de "las otras", las que ventilan cuestiones de género. Lo curioso, como suele pasar, es que su mismo discurso está basado en el reconocimiento de que existen diferencias históricas que marcan roles pasivos para las mujeres y que impelen a la escritora a interpelar esa situación, buceando por respuestas sobre las que pueda perfilarse una silueta ciertamente humana. Su propia idea trata de "cuestiones de género".
Os exhorto a que abandonéis esta pasividad, que ya ha durado demasiado. Dadnos piedras, brillantes piedras, para perseguir a los infames sacerdotes.
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Notas
1. Todos los títulos corresponden a André Breton. "Carta a las videntes".
2. Myrian Díaz-Diocaretz e Iris M. Zavala. Breve historia feminista de la literatura española (en lengua castellana). Anthropos. Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Mayo 1993. Pág. 83.
3. Obra citada, pág. 90.
4. O. Paz. La llama doble, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 1993. Pág. 154.
5. Viviana Gorbato. La Nación, 13 de enero de 1997.
6. Citado por María del Mar Campos Fernández-Figueres.
7. Coloquio de las Perras. Rosario Ferré. Editorial Cultural, 1990. Pág. 46. Regresar.
8. Reseña en diario La Época de Chile. Citada por Priscila Gac-Artigas. Reflexiones, 60 ensayos sobre escritoras hispanoamericanas. Internet.
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En: Letralia